Binoculares (Por: Kely Campos)
Este tiempo es de redes sociales —me parece aburrido— es una oda de dopamina y más nada, pero termina siendo como una botella de tequila en donde te emborrachas y nada más. Como tipo clásico me asomo en la ventana y veo deslumbrado el pasar de la gente, los carros, y a veces al edificio del frente, en donde solo puedo ver al vecino inmediato a mi ventana, es imposible ver a los del al lado, abajo o arriba. Diseño acertado para invitar a la privacidad.
Cierto día de mucho calor, entorno a las once de la noche, estaba con mi ritual de observar los carros, la gente pasar, de pronto veo que abren la ventana del frente y encienden una luz tímida; poderosamente me llamó la atención. Traté de dirigirme al punto donde se veía mejor, no distinguía muy bien el asunto, la mente te juega pasadas. De pronto, veo abrir ese par de piernas que mucho había visto en los pasillos, ella jugueteaba consigo misma, y mi asombro fue tal, que mi reacción fue esconderme.
Les digo algo, fui músico de adolescente, y hasta entrado los años pude tocar en una banda hasta los 23 años, y sin ser machista ni egocéntrico, a los músicos les llueve esas oportunidades, allí aprendí el arte de estar, con todo tipo de mujer y de alguna manera una se cura; veo en mi entorno tipos de mi edad y aún son babosos. No sé, esa experiencia de adolescente me dio como tranquilidad en ese aspecto; de alguna manera no sientes ansiedad, pues sabes el jugueteo femenino, hay un —ton y son— que sólo esa experiencia puede dar.
Al esconderme, eché un último vistazo de reojo, y me metí adentro del apartamento. —La vecina necesita un rato de soledad.
Pasaron los días todo transcurría normal, y ocho días después, la misma cosa; esta vez la luz era roja como invitando a ver, por lo que fui más descarado y me puse justo en su ventana a ver (aunque creo que no me distinguió). Era la noche del aceite, o no sé lo que ellas se colocan y se veía su piel brillar mientras acariciaba sus pechos, pero nunca hacía contacto con la ventana, nunca miraba afuera; ella era ese tipo de morena bien proporcionada, de piel canela más bien, una divinidad pues, así que en vez de ver a los carros me quedé allí, a ver.
El ritual se transformó, tres semanas seguidas, una de descanso para comenzar de nuevo, sofistiqué mi ritual y compré unos binoculares no muy grandes para ver por la ventana. ¡Dios mío, esa niña sí que se desinhibe! Pasó así el tiempo, y de pronto, la chica por primera vez hace contacto visual, hace un gesto, invitado con el dedo, pensé que no era conmigo y me escondí.
Días después, me la topé por accidente en las áreas comunes y ella, decidió abordarme.
—Nunca había conocido a un tipo tan amable como tú. ¡Es que los hombres se vuelven lobos hambrientos! Tengo la sensación de que eres un búho, posado, esperando la oportunidad. Me intrigas; ¿sabías que me gusta juguetear y hacer sentir mal a los hombres?... Pero ahora tú, tú me tienes loca, cero reacción, siento que hay algo frío allí. Mañana 11 p.m. en mi casa, toca la puerta sin usar el timbre, allí te espero.
Retrocedí como 30 años en el tiempo, me sentí como cuando de adolescente era abordado por las mujeres, sin mucho tapujo; siempre me gustó esa igualdad, echar los perros y que te echan los perros; ese tipo de mujer cautiva, generalmente ellas abren las piernas cuando se sientan, no tienen prejuicios y controlan la situación; nunca se desbordan los perros salvajes.
Llegué a su casa puntual, Abrió la puerta, estaba desnuda, solo con tacones altos; me invitó a pasar.
—¿Sabías que danzo música árabe?...
Se comenzó a contorsionar, me daba vueltas y yo allí quieto esperando instrucciones. Fue más explícita, esta vez me comenzó a besar suavemente y cuando podía respondía. Me lanzó contra la cama, y me pedía de vez en cuando un beso en una zona específica, esta vez decidí acariciar suavemente sus pechos, hundirme en su ser, que húmedo invitaba urgentemente a ser tomado en cuenta.
Kely Campos
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